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En la Conquista:
Las primeras referencias al vestuario de las mujeres en América son las recogidas en los diarios de Cristóbal Colón. En ellas se afirma que las mujeres, en lo que fue catalogado como vergonzoso e inmoral, andaban desnudas, se pintaban la cara y el cuerpo y se adornaban con elementos de origen animal como plumas, huesos, escamas, dientes y conchas. Al parecer, se usaban también, para esos fines, piedras pulidas o piezas de oro.
-Se dice también que las indias que habitaban las costas llevaban vestidos que las cubrían íntegramente como defensa ante las plagas de zancudos y, en ningún momento, para tapar su desnudez.
-Por ejemplo, según Cieza de León en sus Crónicas Peruanas, el traje de las mujeres pastos, en el actual Nariño, "era una manta angosta a manera de costal en que se cubren de los pechos hasta la rodilla y otra manta pequeña encima que les viene a caer sobre la larga, todas hechas de hierbas".
-El mismo autor escribió que en el Urabá colombiano "las mujeres andan vestidas con mantas que les cubren de las tetas hasta los pies", y en la tribu de los Gorrones, en el Cauca, "indias e indios se colocaban maures que les tapaban la delantera". Y añadió también que las tribus chibchas eran especialistas en el arte del tejido.
En la Colonia:
La primera referencia del siglo XVII es que, en los primeros años, se tuvo al parecer un enorme aprecio por la ropa venida de Eslaña porque, a raíz de su elevado casto, tenerla significaba prestigio. Incluso se dice que muchos indios principales intentaban vestirse como españoles.
-En 1719, cuando se había creado el Virreinato del Nuevo Reino de Granada, la moda dictaba la costumbre de imitar a Francia. Joaquín Posada Gutiérrez escribió, en sus Memorias histórico políticas, que las matronas llevaban "rica basquiña de seda, tontillo, camisa pechona de fina batista guarnecida de triple arandela de riquísimos encajes de Flandes, faja de galón de oro de dos pulgadas de ancho, ciñendo la cintura, abrochada con hebilla de oro esmaltado o cincelado, y babuchas de lama de oro o de plata".
-Fray Juan de Santa Gertrudis describe el traje femenino en Cartagena en 1756 como "una camisa con labores de seda de colores y que es de hilo de oro y de plata también, formando un cuello de tres dedos de ancho, y a la caída de un lado y de otro un cuadrado que llaman pechitos Y en las faldas un encaje de cuatro dedos de ancho. Sobre la camisa con las mangas sin puños anchas, con los remates de encaje, visten un fustán de bretaña y alrededor un encaje o fleje, uno y otro con juntas".
-A finales del siglo XVIII, según este autor, se usaba "traje largo, estrecho, talle alto y manga corta, llamado a la María Luisa, por María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, relegando el tontillo pero llevando el rico pañuelo de batista en una mano, el abanico de plumas o de cabritilla en la otra". Este recibía el nombre de Traje Imperio porque fue creado en las cortes de Napoleón y difundido principalmente por su esposa Josefina de Beauharnais. Al reducirse el tamaño de las faldas se hizo necesario el uso de calzones y, hacia 1811, el del sostén.
En la Independencia:
Los criollos neogranadinos, a partir de la Independencia, asumieron el cambio de vestido como una expresión de su ideología. Aunque se seguían usando los peinados altos y los viejos trajes de tisú, muchas mujeres, según las Crónicas de Bogotá de Pedro María Ibáñez, "se cortaban el pelo y se levantaban la ropa hasta cerca de la rodilla ".
-Las mujeres neogranadinas de clase alta de después de la Independencia lucían para diario un traje catalogado como outré y descrito en sus Memorias por el europeo Boussingault que vino al país después de la Independencia, como "un rebozo (mantilla) de material azul, falda de bayeta que es una tela de tejido liviano fabricada en el país y un sombrero de fieltro parecido al de los hombres". Este traje sería el que daría origen al vestido nacional. La única diferencia entre clases era que las inferiores no llevaban calzado.
-El mismo autor reseñó que los vestidos de las damas de clase alta eran, al igual que la educación y las costumbres, iguales a los de la España de la Edad Media. Eso es, en palabras de José Caicedo Rojas, "una mantilla azul o negra, de paño con un ancho sobrepuesto que cubría la cabeza, sujetándose quién sabe cómo el peinetón del cual engarzaban también un sombrero negro de forma redonda y de ala muy ancha. La mantilla caía sobre los hombros; dejando libres los globos de las mangas y cubriendo la espalda como una cortina cuyas puntas venían al pecho. De la cintura abajo las cubría una enagua de género de lana negra que llamaban alepín y que adornaban abajo con canutillos Quedaba, pues, descubierto el tocado de la cabeza, los pendientes de oro o de piedras preciosas que les colgaban de las orejas, y los collares con que se adornaban el cuello ".
-Las camisas variaban según el clima, pero siempre tenían encajes y flores bordadas a mano y el largo de la manga variaba del hombro al puño. Las medias eran de algodón de vivos colores o bordadas, sostenidas con ligas y zapatos de cordobán estilo chinela, sobre los que, para salir de lugares húmedos o lluviosos, se ponían unos chapines. Este calzado se usaba en España y se caracterizaba por no tener puntas ni talones, pero sí plataformas en corcho de 15 a 20 centímetros, por lo general, se denominaba alcorque, pantufo o coturno y pasó a ser calzado de lujo cuando se le añadieron piedras preciosas y bordados de seda, oro y plata.
-Durante las dos primeras décadas de este siglo, las mujeres siguieron usando un atuendo que, desde el siglo XVI, había cambiado muy poco. Fue solo después de la In dependencia, con la inmigración por parte de países europeos distintos a España, que empezaron a desligarse del régimen colonial gracias a la llegada de lo último en moda romántica: la falda subió para permitir ver los zapatos de cabritilla y las medias, y luego volvió a bajar y se pasó al uso de botas. Las telas preferidas eran transparentes como el organdí, y la muselina en colores como blanco rosado, violeta y celeste y, hacia 1830, los estampados escoceses y el color rojo vivo.
-Se acostumbraba a que la devoción o la necesidad de un favor divino hicieran que muchas mujeres, recibiendo por ello el nombre de beatas o piadosas, vistieran un traje parecido a un hábito que, conocido con el nombre de hábito o vestido monjil, consistía en un vestido de paño de color café ajustado a la cintura por una larga correa de cuero negro cuyo extremo colgaba hasta el borde de la falda, una mantilla de paño blanco y sombrero negro.
-José Manuel Groot escribió, refiriéndose a la moda de la mujer popular y campesina en1830,que "el lujo de las mujeres del pueblo era en esos tiempos, enaguas de bayetas rosadas con cintas celeste.; mantellina de paño azul y sombrero de castor negro de copa redonda y a la extendida; otras usaban cubanos con cintas de raso, mantillas y enaguas de paño azul. No había mujer de artesano que no tuviera gruesas sortijas, zarcillos y gargantillas de oro o de plata con relicario de Santa Bárbara en oro ". -Charles Saffray describió así las mujeres de Cartagena: "jubón corto de sarga, de indiana o de muselina, ajustado por un cinturón de lana de vivos colores (..) para salir a la calle se ponen un pequeño chal de algodón, de lana o de seda, el cual cruzan sobre el pecho dejando las extremidades pendientes a la espalda ".
-Miguel Cané, al describir las aguadoras de Bogotá de finales del siglo, dice: "su traje era una camisa dejando libres el tostado seno y los brazos y una saya de un paño burdo y oscuro. En la cabeza un pequeño sombrero de paja. Todas descalzas". Se concluye con ambas la descripción de que las piezas de los vestuarios de las mujeres de clase alta eran las mismas usadas por las de clases inferiores llamadas cintureras en Cundinamarca, Huila y Tolima y ñapangas en Popayán. Las diferencias eran sólo la calidad de las telas, la ausencia de calzado y el sombrero de tejido tosco.
-En el siglo XIX, el principal cambio tuvo que ver con la manera de peinarse. Los peinados del siglo anterior fueron reemplazados por innumerables propuestas que tenían que ver, en la mayoría de los casos, con el uso de adornos. Se usaba un pañuelo doblado en diagonal y amarrado sobre la frente para imitar los turbantes que venían del oriente, adornos de plumas y flores y sartas de pedrería, moños de cinta y peinetas de carey adornadas con diseños calados. También se empezaron a usar rizos y trenzas y otros accesorios como sombrillas y abanicos Estos eran de 12 a 15 centímetros y a partir de 1830 venían con las pantallas pintadas de paisajes y flores En la segunda mitad del siglo XIX, los ricos empezaron a encargar ropa directamente de París y esto sofisticó los hábitos de la moda.
A partir del siglo XX 1900:
Una nueva forma de vestir, caracterizada por grandes abrigos de lino y sombreros anudados con voluminosas bufandas, se toma el ambiente como una necesidad para resistir el viaje en el carro que se ha popularizado en esa época: el descapotable Ford T Al auge de la confección de vestidos sobre medidas de dos piezas en lino y algodón para el diario, sastres de popelina opaca y organdí transparente para la tarde y trajes de seda de cuello alto para la noche, se suma el interés por las faldas hasta el piso que sólo a finales de la década dejarán ver una pequeña parte de los tobillos Los abrigos más sofisticados eran los de Madame Paquin.
1920:
En la primera década, las mujeres se quitan el corsé y abandonan la falda larga y toman una silueta sin curvas que produce la tendencia que se inclina hacia los sastres tejidos con chaquetas estilo capa y los trajes ligeros de manga sisa, capuchón, cuello con pinzas y talle bajo o sin cintura. Para las noches es habitual la figura de barril sin mangas, con grandes paneles y cuentas de astrágalo y énfasis en una linea de cintura baja y una banda ancha estilo faja de esmoking. Y para el día se usan vestidos de rayón o de fibras naturales como lino, lana, seda y algodón, en tonos morados neutros, cafés y azules. La moda para ir a los famosos tés bailables del Hotel Regina es falda hasta la rodilla para el día y la noche y luego, a finales de la década, hasta la mitad de la pantorrilla.
1930:
La ropa se toma más ligera y libre para privilegiar las siluetas naturales y delgadas acompañadas del pelo ondulado hasta los hombros Las importaciones se reducen como una de las últimas consecuencias de la depresión y obligan al uso de algodón y lana de producción nacional para elaborar vestidos con el talle en su lugar y largas cadenas en el cuello y las muñecas, carteras acolchadas y camelias falsas en la solapa de la chaqueta. Los colores son apagados a principios de la década pero, poco a poco, pasan a ser más vivos y se apoderan de la tendencia hasta cuando llegan los estampados con dibujos geométricos o abstractos en telas con ondas estrechas.
1940:
Los diseños más comunes son los trajes de chaqueta y falda hechos a la medida y para enfatizar las caderas. Aparecen también la abertura en la falda, el corte asimétrico, el escote curvo, los sombreros alargados. Marca la moda el Casquete... de copa elevada, líneas curvas y adornos florales. Las jóvenes, con ánimo de informalidad, por primera vez usan una ropa más deportiva compuesta por pantalones con enormes camisas y medias cortas, pulseras en el tobillo, botas y faldas tejidas.
1950:
Hace furor una falda ancha hecha con muchos metros de tela y acompañada por un cinturón apretado. La acompañan blusas de manga corta y sisas en forma de diamante, suéteres de manga larga con botones y apliques de lana y otro tipo de falda: la estrecha plisada hasta la rodilla o un poco más arriba. La ropa casual se mueve entre tonos sólidos y neutros con estampados de flores. Para la noche se usaban vestidos opacos en forma de corazón alargado o strapless en seda natural o nylon sobre el vestido, con adornos de tul, mantas y lazos de velvet. Brocados, satines y tafetán en texturas naturales y sintéticas. Flores brocadas en tonos sólidos y clásicos, con efectos que parecen sobrepuestos en chiffon. El azul pavo real y el rosado fuerte se convierten, junto al gris flanel, en los colores favoritos de la época. Las faldas y los pañuelos ostentan dibujos hechos a mano, aplicaciones, lentejuelas y brillantes.
1960 :
Los vestidos empiezan a subir más allá de la rodilla y el pelo se usa por encima de los hombros o en colas de caballo que, en ese tiempo, implican un atrevimiento. La alta costura, amenazada con desaparecer por la llegada del prét-á poner, se mantiene aún con el uso conservador del conjunto de vestido y abrigo, sastres de chaqueta y falda y vestidos de noche hasta el tobillo. Un imagen imitada en Colombia fue la que dejó Jacqueline Kennedy cuando vino a Bogotá con el vestido que fue catalogado como vestido talego: cartera Chanel, sombrero píldora, pañoleta en el pelo y collar de perlas. También se empieza a usar pantalones, pantimedias y un vestuario que, en definitiva, se podría llamar masculino. Minifalda, botas altas y cartera al hombro y vestidos cortos y pintados con flores y motivos abstractos que se usan por igual para el día y la noche.
1970:
Es el boom de las camisetas sintéticas con remolinos sicodélicos, estampados de flores y motivos geométricos. Los jeans de bota campana hacen su aparición junto al furor causado por la maxifalda sin que por ello sea destronado el pantaloncito. Entran en escena cuellos y solapas desproporcionados y zapatos de plataforma y suecos. Blusas de lazo, crinolinas, escotes con boleros y camafeos. Aparecen tejidos ásperos y se da un retorno de lo étnico y primitivo de nylon, acrílico y otras fibras sintéticas.
1980:
Es la década de la ostentación. Reina desde el conjunto victoriano de chaqueta y falda fruncida, acompañado de blusas con lazos, de gatica, hasta una silueta de hombros anchos y falda estrecha. Voluminosas hombreras y faldas de lycra y diversos materiales elásticos. Es importante, como símbolo de poderío, el uso del sastre. Hay gran proliferación, a partir de lo mostrado en películas como Flashdance y Fama, de balacas y jeans rotos desteñidos.
1990:
Esta es la década en la que la moda es menos uniforme. Prima como valor el individualismo en el vestir: quien confía en sí misma y en sus opiniones es bella. Tal vez por eso prima una suerte de minimalismo tanto en las modelos como en los diseños. Es de notar también una marcada tendencia a incorporar en la moda elementos orientales que se notan, sobre todo, en la presencia de pliegues en los vestidos. También hacen su aparición las transparencias y el wonderbra.
2000:
Actualmente el vertiginoso movimiento del mundo hace que haya muchas propuestas de moda y sea difícil definir lineamientos muy claros. Pero entre lo que se alcanza a percibir, parece que en esta década prima la nostalgia por lo pasado y, por ello, se intenta recuperar tendencias de moda de las décadas anteriores. Y, también, se hace claro el interés por involucrar elementos de cultura popular dentro del vestido, en lo que se podría llamar como moda kitch. El traje unisexo marca también una de las revoluciones más importantes en lo que a moda se refiere.
El traje nacional:
Durante el siglo XIX, entre todas las variaciones que pudo tener, la pieza de vestir común entre todas las clases era la ruana. Proveniente al parecer de la unión entre el colonizador y el colonizado, esta prenda se convirtió en común denominador del vestuario de esta parte del mundo.
El guardapiés. Se trata de una prenda exterior que casi siempre es una especie de delantal de tela fina muy adornado con encaje, que llegaba hasta el borde del vestido y estuvo de moda entre los siglos XVII y XVIII.
La pollera. Puede ser interior o exterior y es muy ancha y fruncida en la cintura, adornada con bordado o encajes. El faldellín. Cuando era prenda exterior consistía en dos faldillas separadas y abiertas de arriba abajo que se amarraban a la cintura. También, según Soledad Acosta de Samper, se usaba amarrada al cuello para lavar en los ríos y es quizá el origen del chingue.
FUENTES:
- Aída Martínez Carreño. La prisión del vestido, aspectos sociales del traje enAmérica. Planeta Colombiana Editorial S.A.,1995
- Antonio Montaña. Cultura del vestuario en Colombia. Fondo cultural cafetero, 1993
- SEMANA MODA. Noviembre de 1999
Tomado de la Revista Semana No. 1224, 17 de octubre de 2005